Llegamos al barrio temprano, bajo un cielo gris
que amenazaba con llovernos encima en cualquier momento. Pese a todo,
armamos las mesas al lado del merendero y fuimos a buscar a los chicos
para comenzar con las actividades. Fueron llegando de a poco, varios
trajeron tarea, otros no, y todos esperaban ansiosos la parte recreativa
del sábado. Hoy sería el armado de instrumentos musicales la actividad
elegida.
Finalmente llegó el momento de despejar un poco las
mentes y poner manos a la obra. Los chicos y chicas entusiasmados
comenzaron por armar maracas con botellas, tubitos de cartón, globos y
porotos. Cuando cada uno tuvo su instrumento terminado, los decoraron
con papeles de colores y brillantina. Entre varios, con la ayuda de
Luis, lograron construir una batería, hecha con una caja de cartón,
latas y botellas. Algunos agitaban sus maracas, otros golpeaban los
instrumentos con los lápices y lapiceras para emitir sonidos. Hicimos
una ronda y tocamos al ritmo de canciones que los chicos propusieron,
algunas de las cuales sabíamos, otras no.
Nos fuimos contentos
porque la actividad salió tal cual lo planeado. Nos llevamos los
instrumentos: pensamos volver a usarlos, probablemente el sábado que
viene. Salimos caminando, como todos los sábados rumbo a la estación
Illia del premetro, donde vimos partir en nuestras caras al vehículo que
nos transporta hasta Plaza de los Virreyes. Nos dispusimos a esperar en
la estación al próximo premetro, charlando, como siempre. No vimos (y
cuando lo hicimos ya era tarde) acercarse a dos pibes que se pararon a
nuestro lado decididos. “Esto es simple- dijo uno de ellos, el más
seguro, mientras cargaba la pistola que apuntaba al suelo- están todos
re robados, así que dennos sus celulares.” Lo repetía mientras se nos
acercaba uno por uno recolectando nuestras pertenencias. A algunos
también nos pidieron plata, otros solamente les entregamos el teléfono.
En lo que pareció ser menos de un minuto (eterno), ya se habían ido,
caminando tranquilos por la estación del tren Belgrano, que está pegada a
la del premetro. Así no más. Tan repentinamente como se habían
arrimado, se alejaron.
Lo primero que sentimos fue el alivio de
estar todos sanos físicamente. Pero nos robaron cerca del barrio. Ese
que, engañados por la experiencia y el cariño que recibimos, sentimos
como propio cuando no lo es realmente. A donde tratamos de llevar lo
mejor de nosotros todos los sábados. Ese que queremos cambiar, empezando
por la educación.
Leyendo una excelente crónica (“Cuando me
muera quiero que me toquen cumbia”) que repasa los acontecimientos,
personas y lugares que rodean la muerte de un pibe chorro que se
convirtió en leyenda de la Villa San Francisco de San Frenando, Víctor
“el Frente” Vital, asesinado por la policía en 1999; me descubrí
renegando de aquella realidad que yo leía: que andan todos enfierrados,
metidos en el mundo narco, que se arman tiroteos en medio de la villa y
pobre de aquel que ande por ahí o viva en las inmediaciones. Pero eso en
el barrio no pasa, pensé yo. ¿O sí? ¿Yo era tan ingenua? Bueno, debe
pasar, sí. Pero en otra parte de ella, en otro momento, nunca en esas
tardes de sábado.
Lo que nos pasó no fue tan trágico por suerte.
Pero, pudo ser, puede ser. Lo realmente trágico sería encontrar en esas
caras desconocidas y desesperadas, a uno de los pibes que vienen al
apoyo. Porque el trabajo que hacemos tiende a que ellos puedan encontrar
una alternativa en el futuro que no sea afanar, que no requiera el uso
constante de la violencia hacia el otro o hacia sí mismos. Por eso
vamos. Por eso vamos a seguir. Porque la educación es la base de la
convivencia, pero también del trabajo, de los valores, de los derechos y
obligaciones.
La educación es un arma de transformación masiva.
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