miércoles, 19 de diciembre de 2012

Otro día, otro sábado de barrio

El 8 de diciembre, el sol pegaba fuerte en la piel y el punto de encuentro se había vuelto imposible de soportar sin un poco de sombra. Av. de Mayo y Cerrito como todos los fines de semana, hacía de encuentro para un grupo de pibes y pibas con el único objetivo de pasar las mejores horas de un sábado.

Una botella de agua daba la vuelta en la pequeña ronda para bancar el calor mientras la espera se alargaba entre mensajes de texto y llamadas. El celular en la oreja de uno preguntaba por sí sólo:  “venis?, sí sí dale, te esperamos”. La comunicación se corta y sus palabras dicen:- “está a 5 cuadras”. En cuanto partimos hacia la parada del 70, el calor se iba disimulando con las ganas de llegar. La hora se alargaba, y entre la multitud del colectivo, el timbré por el fondo sonó y al unísono bajamos a los saltos.

Entre peines, juguetes, las  mantas y los puestos comenzaron a darnos paso en el barrio de Barracas. La esquina se hizo una en cuanto el último en bajar puso un pie en la vereda, nos miramos y entre un rápido acuerdo ya debatido en la reunión de la semana, acordamos comprar la fruta, para lo que luego sería la actividad del día. No costó ubicar el lugar, a nuestras espaldas había uno, enfrente otro. Fuimos al mas cercano.
 El local era grande, desde el fondo mostraba cajones repletos de frutas y verduras que se alargaba en cada lateral hasta la calle. Mientras unxs esperaban sentadxs en la vereda de enfrente, otrxs tratamos de calcular con más de cincuenta dedos, qué cantidad precisa llevar de cada fruta. Estudiantes en su mayoría de sociales, y por ende sin llevarnos bien con los números daba por resultado frases como “lleva 10 naranjas de jugo”, “no lleva 5, total tenemos el polvo” a lo que una confusa voz se sumaba y decía:- “y una sandía ¿no?” . Finalmente la algarabía que querer llevarnos todo, se sintetizo en unas bolsas pesadas. Una vez mas en la calle, dimos camino a las 3 cuadras siguientes que nos separaban del comedor “TRINI”.

Conforme caminamos el barrio comenzó poco a poco a colmar nuestros estómagos, el humo de la esquina, el olor a choripán y asado hacía que el estomago pidiera a gritos un sanguche de esos. Proseguimos camino y dimos cuenta que la música de todos los sábados tenía un condimento especial, cada tanto pasaban corriendo los pibxs del comedor, venían de un lado al otro por la calle con remeras estampadas o volantes, globos y sonrisas. No era un día común y corriente en la villa 21 y 24, el barrio de barracas se había vestido de gala. Luces, guirnaldas, arbolitos verdes y blancos se asomaban desde las ventanas de las casas. Sin embargo, no era la próxima llegada del gordo y los regalos el por qué del entusiasmo y  alegría de los vecinos. Los globos azules, rojos y blancos, colgaban de las puertas y en cada espacio, de los balcones papeles de colores se agitaban agarrados de las rejas para no volarse por el viento que corría en los pasillos y en cada puerta estaba ella, la virgen de Caacupé, hermosa se lucía entre velas y flores.

Dimos entrada al comedor y nos dividimos entre los que éramos para organizar quién iba a buscar a los chicxs, quien iba a comprar algo que faltara y quién se quedaba pelando y acomodando las cosas. Una vez todos adentro, se notó cómo la cantidad de chicos cada vez iba creciendo más, y aunque unx faltara ese día otrx se sumaba para acompañar. El día era especial y aún así muchxs no quisieron faltar al encuentro semanal. Cada cual fue sentándose en donde quería, a su gusto y piaccere, se repartieron cantidad infinita de hojas con dibujos que taparon el mantel de plástico, y de pronto, un sonido de lluvia resonó en el medio de la mesa, la bolsa gorda de lápices se compartía entre todxs. Así fue pasando la tarde y cuando el fin comenzaba a acercarse, un afiche enorme repleeeeeto de letras se pegaba en la cartelera del comedor para que todxs pudieran verlo. Cuando la última cinta scotch se pegó para que no se caiga, pibes y pibas de todas las edades se acercaron corriendo y alborotados comenzaron a gritar para adivinar lo que estuviera escondido en su interior. Era una sopa de letras con todas frutas distintas. El fibrón negro pasaba de mano en mano y en turnos, fueron encerrando las palabras “saludables”. Mientras los más grandes mostraban su rapidez, los más chiquitos  dibujaban su fruta preferida. Luego de esto, del caos y la revolución por quién hacía o dibujaba más, llegó la tranquilidad de vuelta sobre la mesa.

A las 16 horas mas o menos, la fruta que habíamos comprado estaba en la mesa servida, para que los chicxs en reunidos en grupos hagan ellos mismos su propia ensalada de fruta. Los potes, tapers, recipientes que cada uno de nosotrxs había llevado se repartió entre ellxs , un exprimidor por aca, unas naranjas por alla iban haciendo el jugo. Luego, cuadrados, triangulos de manzanas, bananas, mandarinas, duraznos, se mexclaban en los platos y cada uno elegía las frutas para hacer su merienda algo único. Así fue como poco a poco mientras hacían y se divertían cocinando algo rico y saludable les hablábamos de la importancia de comer algo tan variado como son frutas y verduras, lo ricas que son y lo divertido que puede ser.

Otro día, otro sábado, distinto al resto, pero con la misma hermosa presencia de cada unx de ellxs. Allí estaba de pronto, la vuelta a cada casa, la alegría del juego y la esperanza de volvernos a ver, que se grababa como todos los sábados a las 5 de la tarde en sus ojos y los nuestros.

Si tenés ganas de venir al barrio con nosotrxs mandanos un mail a surensociales@gmail.com

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